lunes, 30 de junio de 2008

EL NUEVO CONTEXTO SOCIAL DE LA VIOLENCIA (2a. parte)

Con respecto a la organización social y política, Touraine, (3) sostiene que el descenso del trabajo industrial, la pérdida de poder del movimiento obrero y la exclusión llevan a la disolución del principal conflicto estructurador de la vida social moderna: que se centraba en el conflicto capital - trabajo. Esto se acompaña del declinar de las fábricas y empresas como ordenadora y aseguradora de la vida social.
En lo político se refleja el debilitamiento de la izquierda y la derecha como organizadoras de la vida partidaria ya que los partidos han perdido la capacidad de mediadores ante el surgimiento de nuevas problemáticas.
Algo similar se da en nuestro país (Argentina), con la desarticulación de los actores
sociales que tradicionalmente fueron las redes de contención y movilización política como: el movimiento estudiantil, sindicalismo y partidos políticos que ya no cumplen con la función de mediación, lo que induce a una confrontación entre el individuo y los procesos de subjetivación y de producción de representaciones. La nueva representación viene acompañada de organizaciones no gubernamentales (ONG) como madres de plaza de Mayo, CTA, organizaciones piqueteras, etc.
Por lo tanto, en la actualidad, es necesario realizar un análisis crítico de los cambios que se están operando en el Estado y reflexionar sobre los conceptos disciplinamiento y dominación para poder comprender lo nuevo sobre estos procesos y prevenir riesgos, incertidumbres y posibilidades de luchas sociales atendiendo que lo que se presenta difuso entre las fuerzas sociales es la naturalización de los procesos que llevan a la exclusión y al incremento de las desigualdades que pretenden legitimar un nuevo tipo de orden social posdemocrático.
De esta manera se observa que los crecientes actos de violencia emergen como síntomas del paulatino agotamiento del orden social moderno que se constituye en un elemento más de la desarticulación de la estructura material y simbólica de la sociedad industrial y de la profunda crisis que produce la inculcación de valores y “derechos” universales como la igualdad de oportunidades y la invocación de la justicia social que suponen la idea de igualdad formal de todos los ciudadanos y la imposible probabilidad de llevarlo a la práctica restringiendo la legitimidad del orden social.
En esta génesis radica parte de la crisis. Crisis que las nuevas fracciones dominantes tratan de superar a través de la implantación de un orden social posdemocrático o postsocial en el cual la igualdad formal de los individuos deje de ser la base de su legitimación.

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(3) Touraine, Alain: ¿Podremos vivir juntos?

EL NUEVO CONTEXTO SOCIAL DE LA VIOLENCIA (1a. parte)

Desde el punto de vista sociológico, la mayoría de los autores contemporáneos que analizan el fenómeno de la violencia suelen destacar los cambios producidos en la misma, en las últimas décadas. Las causas más señaladas son: la globalización, la pérdida de autoridad del Estado, la caída de la sociedad industrial y, como corolario de estas transformaciones, la crisis de la modernidad.
Wieviorka (1) considera que no es directa la vinculación entre la violencia y el fenómeno de la mundialización y el neoliberalismo. Esta ideología se alimenta tenuemente de transformaciones y se relaciona con desigualdades y exclusión. Por lo tanto la violencia se inscribe en los procesos de fragmentación cultural que provoca la mundialización. Considera además que la difusión de los bienes culturales desde los programas televisivos, diversiones, películas, etc., no produce homogeneización, sino que, en la mayoría de los casos, producen el surgimiento de culturas o etnias, que defienden su identidad, en salvaguarda de lo nacional y en contra de la cultura transnacional y hegemónica de los EEUU. De esta manera se genera una violencia que es considerada un acto defensivo o contraofensiva de grupos o comunidades que desean afirmar sus identidades culturales.
La globalización económica se instala como una relación dialéctica entre: la fragmentación social y cultural que se prolonga a través de los procesos de naturalización de la vida colectiva que se encuentra en la base de una violencia e inseguridad planteada en términos de violencia étnica o racista.
Si se profundiza la relación entre globalización de la economía y su relación con la fragmentación social y cultural se puede hablar también de globalización de la violencia y verla en un plano mundial adquiere un enfoque más importante el fenómeno de las “redes” de la criminalidad, lavado de dinero y la droga.
Esta situación se acompaña con el consenso generalizado de que el Estado no cumple con sus funciones básicas. Tendiendo a predominar la privatización de la violencia que se suma a los mercados negros, la evasión fiscal, trabajo clandestino y al déficit en la aplicación de la justicia que se ha generalizado en la mayoría de los países del mundo. A esto podemos agregar el aumento de la violencia de parte de los propios aparatos del Estado constatados por el incremento de la represión y la tortura.
Además existe la sensación en la sociedad que los crímenes quedan impunes, revelando la crisis de los sistemas judiciales. Así pues el Estado Nacional centro de la modernidad es incapaz de velar por la seguridad de los ciudadanos y de proteger sus bienes materiales como simbólicos.
Estos elementos de debilitamiento del Estado llevan a que algunos conceptualicen esta situación como una forma de regreso a la etapa medieval por la pérdida de poder central del Estado. Esto trae como consecuencia más violencia, guerras civiles, masacres interétnicas, etc. Por esta razón, los actuales enfrentamientos entre diferentes etnias y culturas no pueden ser vistos como residuos del pasado, sino como algo que está por venir. (2) (Continua en 2a. parte)

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(1) WIEVIORKA, M. (1997) “O novo paradigma da violência” en rev. Tempo Social, Departamento de Sociología, FFLCH-USP, São Paulo, Vol. 9- No. 1, Mayo: 5-41.
(2)Giddens “La vida en una sociedad postradicional” en rev. Agora, Buenos Aires, No. 6: 5-61.

lunes, 2 de junio de 2008

Impacto de la separación entre la Filosofía y las Humanidades, de las Ciencias de la Naturaleza

Con el triunfo de la Filosofía en el mundo occidental, la idea de razón alcanzó una dimensión de carácter hegemónico y preeminente. Junto con los sistemas filosóficos, de base moderna, la razón devino en factor unitario y central de carácter invariable. El influjo de la física newtoniana contribuyó con una nueva manera de percibir la realidad; realidad que se supuso posible aprehender gracias al pensamiento, en cuyo centro giraba la razón. Asimismo, la influencia de Newton hizo que lo observable se tradujera en lo dado, es decir, el dato, mientras que la ciencia creyó encontrar en el principio, o en todo caso, la ley, las regularidades, tanto en términos espaciales como territoriales. Empero la idea de razón cambió en el sentido de su desenvolvimiento. Si desde sus inicios se le consideró como una posesión propicia para ser aprehendida por individuos excepcionales, con la ilustración se le asoció con adquisición; en consecuencia, como una energía posible de ejercitar y que, además, serviría de fundamento para algunas funciones del pensamiento científico. Estas funciones tenían que ver, y aún lo tienen en los discursos pedagógicos, con: juntar y separar, analizar y medir, observar y comprender.
Desde esta perspectiva el individuo comenzó a ser definido como el portador de una facultad fundamental y con la que estaba capacitado para comprender el funcionamiento de las estructuras. El sujeto racional pasa así a representar un ser capaz de hacer inteligible la realidad objetiva, por sí misma fuera del sujeto cognoscente. Gracias a aquella facultad, éste tendría la capacidad de reconstruirla al copiarla en su totalidad, mediante modelos que puede construir. Desde este nivel sería posible la ordenación, la jerarquización, la clasificación, de los distintos hechos o fenómenos acaecidos en el mundo externo del sujeto.
La búsqueda incesante de un nuevo orden se convirtió en uno de los anhelos y principios rectores con vistas a la configuración de una nueva estética. El conocimiento, desde entonces, ha sido apreciado como una expresión de ese orden. Éste, ha funcionado como una ley anónima, impersonal y suprema que rige todas las cosas del universo. La idea de orden ha significado una verdad única con la que se jerarquiza, clasifica y, además, reúne en un todo causas únicas que producen efectos únicos.
Los estudios realizados acerca del desarrollo de la ciencia han dado cuenta que la noción de orden es parte del determinismo newtoniano, en la medida que se lee como causalidad. En tanto, el dualismo cartesiano, como los principios de la física newtoniana, se convirtieron en las premisas únicas de la ciencia. En el caso de la historia, en su vertiente nomotética, el determinismo sirvió de base para considerar que con el conocimiento de las tendencias o leyes primeras sería posible verificar el porqué del presente y por medio de este ejercicio gnoseológico, controlar y calcular el futuro.
Todas las determinaciones señaladas han tenido en la razón y el racionalismo su sustento natural. La versión ilustrada de la razón, la humanista, fue difundida desde la economía y la manipulación. Con la preeminencia de lo económico se creyó vivir en los albores de la liberación humana; no obstante, los valores de la economía se desviaron hacia el rendimiento, la eficacia y la plusvalía. Es posible determinar, de este modo, que el triunfo de la razón instrumental desvió las disposiciones futuras hacia la homogeneización mercantil, la jerarquización y la fuerza del orden.
Con el racionalismo moderno se vendió la idea de que las sociedades se encaminaban hacia un orden absoluto, la armonía, la concordia. Asimismo, esta racionalidad creyó en la emancipación del sujeto como la verdadera expresión del progreso y la racionalidad moderna.
El método se asoció con la teoría, a la vez que remitió a un conjunto de recetas y aplicaciones mecánicas que excluían al sujeto cognoscente. Esta determinación revela hoy la herencia del dualismo cartesiano, por una parte, y, por otra, la creencia firme en la existencia de una realidad que nos constriñe, y que al mismo tiempo se encuentra separada del sujeto que la estudia; pero, que con los modelos epistemológicos que ha construido, el sujeto podría aprehender en su totalidad sus determinaciones y relaciones.
Al lado de las estrategias de objetividad se ha venido pensando el mundo como espacios separados y propicios para su estudio.
El legado de las representaciones científicas y culturales de la modernidad revela, un orden del mundo configurado de acuerdo con el orden del pensamiento, con el que se ha reflexionado el mundo.
La Modernidad creó su discurso con base en los éxitos científicos que se dieron desde Copérnico y Galileo, y que se siguieron con los descubrimientos de la física de Newton y Einstein; los conocimientos generados por estos científicos se mostraban como únicos e irrefutables. La escuela de la época, afianzada también en el saber clásico, consideraba esta otra forma de estudiar la realidad: desde los criterios de la ciencia experimental, en especial los de la física, gracias a la cual se lograron, como nunca antes, grandes avances en el estudio del universo. Esta perspectiva científica sigue dominando el mundo de la investigación y, por supuesto, el contexto de la escuela. A partir de estos avances podemos preguntarnos cuál fue el papel de la institución educativa durante la Modernidad. La respuesta es que, en cierta medida, la escuela se convirtió en tributadora de la ciencia y de los avances de ésta en cuanto a los logros alcanzados en los campos científicos y tecnológicos. El conocimiento veraz y certero era, sin ninguna discusión, el que la ciencia experimental propiciaba, y en tal sentido, la escuela debía validarlo sin necesidad de cuestionarlo y mucho menos de someterlo a la duda; al menos ese pareció haber sido el rol desempeñado por los maestros durante muchos años en la historia de la institución educativa. El empirismo de Bacon y Locke y el positivismo de Comte conocieron, defendieron y difundieron a la ciencia experimental como el conocimiento resultante de la investigación y de la experiencia; estas corrientes presentaron a la ciencia experimental como el único saber válido, demostrable y transmisible.